Una sucesión de piernas:
Las inocentes y gordezuelas de los bebés,
las tersas y emergentes en caricias de las adolescentes,
las de las veinteañeras,
ese milagro cuando tienes veinte
años;
ese fracaso cuando tienes
cuarenta,
las piernas de mi mujer y el rastro de desgaste
que han dejado tres partos y cientos de caricias.
Y las más tristes,
las piernas de mi
madre
con las grandes autopistas azules
hacia la muerte.
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