Hoy quería jugar con la poesía,
despojarla de todas sus mentiras
y adornos,
quitarle los tules pastel del romanticismo,
el cancán y el corsé de los academicistas,
la ropa interior de cuero transparencias
de los malditos
la capa de maquillaje de los místicos.
Dejarla desnuda, al aire
sus miedos y vergüenzas.
Porque la poesía no es más que
la victoria del
silencio,
el fracaso de la valentía.
La poesía se nutre de las palabras no dichas
cuando debieron ser pronunciadas,
La poesía es la exaltación del fracaso y
el poeta es alguien que sabe
que ha fracasado cientos de veces
y trata de darse una segunda oportunidad,
enmendar sus errores y su cobardía
en unos versos amrgos.
El poeta es un ser
indefenso,
un triste por vocación
un personaje que hace montañas y miel
de la lágrima anciana.
A eso quería jugar hoy con la poesía.
E ir más allá. Hasta desmitificarla,
hasta destruirla.
Pero no puedo hacerlo,
porque hoy,
justo al salir de casa
mi hijo me ha dicho:
“Papá, cuando sea
mayor,
para ser feliz como
tú,
yo también seré
poeta”.
Y con la felicidad de mi hijo no se juega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario